Una vida cortada sin motivo, sin enemigos, sin querer tal vez.
Un futuro se fue por un pequeño orificio en su costado.
Sus sueños corrieron detrás.
Los sueños de su familia se sentaron a su alrededor antes de partir.
La idea se clava como un tiro.
Una bala perdida.
Un objeto consigue grado de conciencia ante la opinión pública.
El objeto perdió la ruta, perdió el camino.
El error fue perder el camino;
Si hubiera dado en su objetivo no sería una bala perdida.
Pobrecita ella. Se perdió la infeliz.
No gozó de la certeza y de la realidad de dar en el blanco.
Su grado de conciencia se debe preguntar tantas cosas:
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy? ¿Quién me dio la existencia? ¿Fui creada por un ser superior? ¿Por qué no encuentro mi camino?
Se siente sola y vacía.
Recuerda la última bifurcación. No alcanzó a girar lo suficiente.
Ella no eligió. La vida, la inercia de las cosas la envió a recorrer una ruta precisa, cierta, real, una ruta mortal.
No tenía por qué estar ahí, en ese lugar, en esa posición,
no tenía por qué vivir en esa calle, en ese barrio,
no tenía por qué buscar la luz de la ventana, no tenía, no debía.
Pero era su calle, era su barrio, era su casa, su cuarto, su rutina, su vida normal. Era su silla, su libro, su examen, era donde debía estar y estuvo firme y puntual. Estar o no estar, he ahí nuestro dilema.
Seguiremos estando hasta ver caer al último.
Nos toca caer el uno detrás del otro.
¿Quién disfrutará de nuestra ausencia?
El recuerdo se pavoneará de ello.
En cada esquina conversará el muerto con el muerto.
¿Qué tal tu caída? Un poco de agua para la sedienta flor.
¿Quedará alguien para llevar las flores? Un rezo destrozará nuestra ausencia.
Ya nadie se acuerda de los muertos de ayer.
Siempre habrá un muerto presente.
Ese, aquel, el de más allá.
Un duelo actual y permanente.
El duelo de no poder ser.
El duelo de existir.
El duelo más grande que nos tocó vivir.
Se muere en un rincón el amigo, el hermano, el padre, el hijo, el maestro, el filósofo.
¡Cómo nos acostumbramos a ver morir gente!
La gente es gente ausente.
Un aviso, una nota de prensa se va llevando la gente.
Pero la gente tiene nombre.
Es un Julio César, es un José Antonio, es un Héctor, es un Carlos, es un...
Una bala perdida. ¿Dónde estará mi bala perdida?
¿Cómo dar el primer paso si una bala perdida te espera en cualquier parte?
Puede no ser una sola. Pueden ser miles de balas perdidas.
Ya no serían tan perdidas. Serían las dueñas de las calles, de los parques
Perdón, bala perdida: ¿Me agacho o dejo que usted entre?
El país se desangra. Los civiles mueren por miles. Niños, mujeres, ancianos.
En el campo, en la ciudad. Mueren los civiles. Balas perdidas. Granadas perdidas. Minas perdidas. Bombas perdidas. El país de la muerte perdida.
Señor de las cosas perdidas,
sembraste nuestro destino en la montaña, el campo, la ciudad.
Ni siquiera tú puedes salvarnos. La suerte está echada.
Abro la puerta.
La bala perdida, impaciente, ocupa el vano de la puerta.
Pregunta mi nombre. Sí, ¿señor... señora? Soy yo.
Identifíquese por favor. Vea mi cédula. ¿Usted, por qué no ha salido?
Perdemos tiempo buscándolo, tenemos mucho qué hacer.
Perdón bala perdida, ¿me agacho o dejo que usted entre?
Lo adivino en su mirada: pase por favor
Oscar Duque Cano
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